24.5.14

Huele a ganas!

Me dicen que peco mucho de pensar en el futuro y olvidarme del presente.

Puede ser.

Para qué engañarnos. Es totalmente cierto.

Pero es que verás, para mí ya huele a verano.

Huele a hierba y calor. Huele a helado acompañado de las puestas de sol más cercanas a su salida de todo el año. Huele a pantalón corto y a cometer errores porque “qué más da, es verano”. Huele a las ganas de trasnochar, porque en verano no se dice “una más y nos vamos”. No. Nadie quiere irse nunca. Huele a la promesa de volver a la época en la que las preocupaciones eran, valga la redundancia, menos preocupantes. Huele a disfrutar en el césped, arena, toalla o donde se tercie porque la cosa está en tumbarse, disfrutar de los rayos tan ansiados durante los últimos meses y ver las nubes pasar. Huele a jugar con fuego porque es un amor de verano y nada más. Huele a sufrir unas rutinas de belleza bastante intensas. Huele a comilonas-siesta-chapuzón. Huele a la evolución de “benditos bares” a “benditas terrazas”. A sillas de metal que se oyen por toda la calle cuando te mueves un centímetro. A tinto de verano con chorrito de vermú. A cigarrito acompañado de café solo con hielo. Huele a convertir la calle en tu nuevo hogar porque es inconcebible estar entre cuatro paredes más de dos horas. Huele a dormir poco pero nunca estar cansado. Huele al asfalto recalentado de Madrid, del cual todos huimos a la más mínima. Huele a cielo eternamente azul. Huele a que tú te tumbes al sol y yo, fiel a mi tradición vampírica, me atrinchere en la sombra. Huele a la suma de ganas de comerse el mundo y carreteras interminables. Huele a juegos absurdos y encuentros “casuales” contigo porque son los que más nos divierten. Huele a fiesta, seamos sinceros, sin especificar hora del día porque todo es aceptable en verano. Huele a redescubrirse e inevitablemente re-conocerse a uno mismo. Huele a escenario, música en directo y pelos de punta. Huele a gente guapa porque todo el mundo está mejor con gafas de sol. Huele a camisas arremangadas, alpargatas y bermudas. Huele a tirantes finos, cuñas y faldas ibicencas. Huele a más tiempo para descubrir nuevos rincones y menos tiempo para trabajar. Huele a bancarrota por la unión de la poca fuerza de voluntad y las proposiciones de viajes irrepetibles. Huele a un verano distinto, mejor que el anterior y peor que el próximo. Huele a ir a por todas. De cabeza. Porque no conocemos otra manera. Huele a brisa salada, a tormenta sideral, a noches calurosas sin gota de viento. Huele a marca de bañador y a sombra de palmera. Huele a humo, a hoguera, a la mejor ecuación del mundo: barbacoa más toda la pandilla. Huele al gazpacho de tu abuela. Huele a chapuzones, a tirarse de cabeza, tanto en sentido figurativo como en el literal, y a cloro, que aunque nos dé la sensación de que nos están arrancando los ojos, nunca dejaremos de abrirlos bajo el agua, porque somos así de curiosos. Huele a esa colonia que no te puedes quitar de la cabeza. Huele a tres meses de relajación para los suertudos y a dos semanas de locura desenfrenada para nosotros, los pringados trabajadores. Buenoyqué. Las disfrutamos el doble. Huele a la mejor canción del verano de todas, el ruido de las chicharras, mientras exprimes lo poco que queda del día en el porche. Huele a protección solar. Huele a madres embadurnando a sus hijos en ella. Huele a la ausencia de voluntad y falta de responsabilidad cuando se te planta delante la combinación de piel morena y ojos claros. Huele a tormenta estival, la única del año en la que no te importa empaparte. Es más, quieres. Y luego a tierra mojada, uno de mis olores favoritos. Huele a que más de uno se tirará al agua con el móvil en el bolsillo. Y qué más da, es un aparato sobrevalorado. Huele a pecas en la nariz. Huele a fin de exámenes, horizontes sin fin y esperanzas por las nubes. Huele a castillos en el aire que, durante un tiempecito, se sostienen. Huele a cambio, que aunque no nos demos cuenta en el momento, siempre es a mejor. Huele a reggaetón saliendo a todo volumen por las ventanillas. Lo odio pero reconozco que sin él, es menos verano. Huele a paseos de madrugada, creyéndonos invencibles y lográndolo. Huele a que te pisen cuando llevas chanclas y cagarse en todos sus muertos. Huele a juegos de cartas durante horas, apuestas demasiado arriesgadas y decisiones mezcladas con alcohol, peligrosas pero divertidas, que rápidamente se solucionan tomando otra aun peor. Huele a que unas se pintan las uñas de los pies y otros se dejen esa barba de tres días. Huele a que definitivamente es mejor insinuar que enseñar. Huele a adrenalina temporal, ola de calor y confusión demasiado conveniente. Huele al miedo a acercarse a una fuente porque hay avispas a tutiplén. Huele a quemar tacón, mojar melena y gritar al viento. Huele a declaraciones de amor estrepitosas porque es el momento de jugársela a un todo o nada.

Huele a revolución veraniega, a rebeldes con la mejor causa del mundo, huele a living on the fucking edge.

Porque si es cuestión de ser eternamente jóvenes, ahora es el mejor momento.

1.5.14

Para que vuelvas.

A lo mejor me quedo aquí. A lo mejor espero a que decidas que ahí fuera hace mucho frío.
O al revés, a que ya no quieras que te caliente el sol.
A lo mejor sigo aquí, por si vuelves.

Si vuelves es probable que yo me vaya. Porque al fin y al cabo a eso jugamos. A que cuando tu vas yo vuelvo y a que cuando tu vuelves yo ya me he ido y he vuelto dos veces.
La ecuación es fácil. Tu sí, yo no. Yo sí, tu no.

Que tú y yo sólo queremos lo mismo cuando queremos matarnos. No sé si a besos o a golpes. Pero matarnos. Matarnos como el sol mata a las mismas plantas que tampoco pueden vivir sin él. Nadie les explica el concepto de protección solar.
Nunca nos protegemos lo suficiente del peligro.
Que si, que todo lo que sube baja y que todo lo que entra sale, pero tu ascensor se quedó parado entre el cuarto y el quinto mandamiento de mi ego personal y yo entré despacio pero salí corriendo. Como siempre.
Y joder que si corrí. Corrí tanto que, por si vuelves, que sepas que probablemente esté allí. Si, allí. Donde te dije que estaría si algún día a ti te daba por marcharte.

Espero que esperes que merezca la pena. Espero que esperes que me vaya bien.
¡Qué menos! Eso es lo que hace la gente como nosotros. Desearse cosas que no desean con el deseo de que pase todo lo contrario.

Espero que no esperes que te espere.
En fin, todo esto: para que vuelvas.

Que sí, que somos así. Que tus ojos no eran color miel y que yo tengo muy mal café. Es lo que hay. Que si tu lo querías con hielo yo lo quería caliente y que cuando tenias frío venias a buscar mi calor. Así, de repente. Que se derritan los polos.
Que tu única convicción eran tus dudas y que los ojos negros nunca fueron tan claros. Que si pretendes que el barco avance sin remar, lo siento mi Capitán, pero que paren el burro que yo me bajo aquí. Que al final nada, y que quien nada no se ahoga.
Que si una vez duele, dos veces duelen más. Y tres ya ni te cuento.
Pero a la cuarta fue la vencida, y yo que siempre he sido de apurar convocatorias, a lo mejor te espero. Aunque sea para volver a dejar el examen en blanco.
Como tu sonrisa. Vaya, ahora recuerdo por qué siempre era yo quien volvía.

Así que voy a sonreír en blanco, para que flipes en colores. A partir de ahora, los cafés de dos en dos: uno ardiendo y otro helado. Por fastidiar. Pienso remar hasta no sentir los brazos, y si tengo que convencer al burro de que es un caballo, lo haré.

Que yo ya no suspendo, que paso de septiembre. Los finales del verano nunca trajeron nada bueno. Que si quieres volver, que vuelvas. Y si no, que te vaya bien. Saluda a tu bipolaridad de mi parte. Hace tiempo fuimos buenos amigos.

Que lo creas o no, han descubierto que hay vida mas allá de la montura de tus gafas de aviador. Que podría escribir todo esto de manera mas ordenada, pero que yo en mi desorden siempre encuentro las cosas. Y que no me da la gana.
No me da la gana, no me da la gana, no me da la gana…
Hoy, si quiero, puedo tener cinco años.

Cinco, como las veces que saltó tu contestador. Nunca entendí por qué la voz del contestador siempre es de mujer, ¿Los hombres no pueden dar un recado?

Da igual.

Es igual.

Sigues igual.

Me da igual.

Es la primera vez que me resultan útiles aquellas aburridas clases de lengua. Mejor no hablemos de lenguas, mejor solo mordérsela. Silencio.

En silencio. 
Así, como a ti te gusta.
Sin avisar.

Para que vuelvas.