5.9.12

Es un proceso de principio a fin.

Cuando ya no distingues el amor del odio, cuando la cabeza te baila al son de una melodía desafinada, cuando respiras y te ahogas al mismo tiempo, cuando sientes sin padecer, cuando crees reír y lloras, cuando la lluvia lucha contra el sol y los sueños contra las pesadillas, cuando te encuentras para volver a perderte, cuando callas por no gritar, cuando eres tan fría como cálida, cuando ya no esperas nada pero no pierdes del todo la esperanza, cuando corres y frenas, cuando piensas y ya no hay recuerdos que valgan, cuando te acostumbras a hablar con la pared, cuando te levantas y vuelves a acostarte, cuando necesitas un abrazo y lo rechazas, cuando aprendes a escuchar pero sigues interrumpiendo, cuando bebes agua y tragas fuego, cuando aprecias el paisaje y ya no te gusta, cuando estás dispuesto a empezar y terminas, cuando tomas aire y te atragantas, cuando escribes y borras, cuando disfrutas mientras sufres, cuando le hueles y caes como bajo el efecto de una droga, cuando escuchas su voz y deseas acallarla, cuando te acuerdas y quieres olvidar, cuando pides todo y no recibes nada, cuando madrugas y Dios no te ayuda, cuando hay luz y tropiezas con la oscuridad, cuando vives malviviendo, cuando quieres besarle y abofetearle, cuando se acerca a ti y le das la espalda, cuando avanzas y quieres retroceder, cuando buscas la salida y te empeñas en no encontrarla, cuando te acuestas sola y te sientes llena, cuando te acuestas acompañada y te sientes vacía, cuando muere el dolor sin dejar que muera del todo, cuando eres feliz y sientes tristeza. Porque en el fondo, el alma te pide a gritos que no huyas, que no des cuatro saltos sin antes haber dado un paso. Que el proceso hay que vivirlo de principio a fin, con lo bueno, con lo malo, con lagunas, con dudas, con incertidumbre, con pena, porque más allá, al final, encontraremos quizás la tranquilidad. Pero hasta entonces, al camino es largo, casi infinito, apenas un infierno.

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