1.5.14

Para que vuelvas.

A lo mejor me quedo aquí. A lo mejor espero a que decidas que ahí fuera hace mucho frío.
O al revés, a que ya no quieras que te caliente el sol.
A lo mejor sigo aquí, por si vuelves.

Si vuelves es probable que yo me vaya. Porque al fin y al cabo a eso jugamos. A que cuando tu vas yo vuelvo y a que cuando tu vuelves yo ya me he ido y he vuelto dos veces.
La ecuación es fácil. Tu sí, yo no. Yo sí, tu no.

Que tú y yo sólo queremos lo mismo cuando queremos matarnos. No sé si a besos o a golpes. Pero matarnos. Matarnos como el sol mata a las mismas plantas que tampoco pueden vivir sin él. Nadie les explica el concepto de protección solar.
Nunca nos protegemos lo suficiente del peligro.
Que si, que todo lo que sube baja y que todo lo que entra sale, pero tu ascensor se quedó parado entre el cuarto y el quinto mandamiento de mi ego personal y yo entré despacio pero salí corriendo. Como siempre.
Y joder que si corrí. Corrí tanto que, por si vuelves, que sepas que probablemente esté allí. Si, allí. Donde te dije que estaría si algún día a ti te daba por marcharte.

Espero que esperes que merezca la pena. Espero que esperes que me vaya bien.
¡Qué menos! Eso es lo que hace la gente como nosotros. Desearse cosas que no desean con el deseo de que pase todo lo contrario.

Espero que no esperes que te espere.
En fin, todo esto: para que vuelvas.

Que sí, que somos así. Que tus ojos no eran color miel y que yo tengo muy mal café. Es lo que hay. Que si tu lo querías con hielo yo lo quería caliente y que cuando tenias frío venias a buscar mi calor. Así, de repente. Que se derritan los polos.
Que tu única convicción eran tus dudas y que los ojos negros nunca fueron tan claros. Que si pretendes que el barco avance sin remar, lo siento mi Capitán, pero que paren el burro que yo me bajo aquí. Que al final nada, y que quien nada no se ahoga.
Que si una vez duele, dos veces duelen más. Y tres ya ni te cuento.
Pero a la cuarta fue la vencida, y yo que siempre he sido de apurar convocatorias, a lo mejor te espero. Aunque sea para volver a dejar el examen en blanco.
Como tu sonrisa. Vaya, ahora recuerdo por qué siempre era yo quien volvía.

Así que voy a sonreír en blanco, para que flipes en colores. A partir de ahora, los cafés de dos en dos: uno ardiendo y otro helado. Por fastidiar. Pienso remar hasta no sentir los brazos, y si tengo que convencer al burro de que es un caballo, lo haré.

Que yo ya no suspendo, que paso de septiembre. Los finales del verano nunca trajeron nada bueno. Que si quieres volver, que vuelvas. Y si no, que te vaya bien. Saluda a tu bipolaridad de mi parte. Hace tiempo fuimos buenos amigos.

Que lo creas o no, han descubierto que hay vida mas allá de la montura de tus gafas de aviador. Que podría escribir todo esto de manera mas ordenada, pero que yo en mi desorden siempre encuentro las cosas. Y que no me da la gana.
No me da la gana, no me da la gana, no me da la gana…
Hoy, si quiero, puedo tener cinco años.

Cinco, como las veces que saltó tu contestador. Nunca entendí por qué la voz del contestador siempre es de mujer, ¿Los hombres no pueden dar un recado?

Da igual.

Es igual.

Sigues igual.

Me da igual.

Es la primera vez que me resultan útiles aquellas aburridas clases de lengua. Mejor no hablemos de lenguas, mejor solo mordérsela. Silencio.

En silencio. 
Así, como a ti te gusta.
Sin avisar.

Para que vuelvas.

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