Para estar delgada. Tienes que sufrir en
el gimnasio, o haciendo dieta, o las dos cosas, porque si no, tendrás
que sufrir porque te llamen gorda, por la reprobación de quienes te
miren, y por la ignorancia dolorosa de quienes no lo hagan.
Para ser madre. Tienes que sufrir,
pariendo sin anestesia y dándole pecho a tu criatura por encima de tu
voluntad y del sufrimiento de tus pezones. Y si no, tienes que sufrir
porque eres una mala madre, que ha elegido no sentir cómo viene al mundo
su criatura, y no alimentarla con el fruto de sus entrañas. Y tienes
que sufrir mucho más si no quieres -o no puedes- tener criaturas, porque
tendrás que dar explicaciones hasta el fin de tus días fértiles y más
allá, y te sentirás -muchas veces- incumpliendo un mandato que se impone
sobre ti.
Para trabajar. Tienes que sufrir para
que tus compañeros y superiores no cuestionen tu trabajo, esforzándote
más, demostrando más, porque si no, ganarás menos, tendrás que aguantar
chistes y comportamientos sexistas, cuando no acoso... Y tienes que
sufrir para compaginar tu trabajo con tu vida personal, que -con un
poco de suerte- consistirá en algo más que correr de un sitio a otro
para cuidar y cuidar, sin cuidarte.
Para ser atractiva. Tienes que sufrir
poniéndote tacones que te impiden andar con tranquilidad, ponerte ropas
que te levanten el culo, te aumenten las tetas, te aplasten la tripa,
levantarte antes para lavarte y arreglarte el pelo y pintarte la cara. Y
si no, tendrás que sufrir porque no te miren, o porque te digan que te
arregles, como si estuvieras estropeada...
Tienes que sufrir por amor. A tu pareja,
a tu familia, a tu entorno... Sufrir y aguantar y esperar y postergar y
sacrificar y todas esas cosas que a las mujeres “no nos cuestan nada”,
para seguir plegada a las necesidades, expectativas y deseos de los
demás. Es lo que esperan de tí.
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