8.10.14

Un presente continuo.



El presente acaba de dejar de existir.
Al ritmo que pasan por delante de ti cada una de estas letras dejas de ser la persona que estabas siendo para convertirte en la persona en la que soñabas convertirte. Cuando vuelvas a leer esa frase estarás ya de camino y si quieres cambiar de ruta no podrás volver atrás pero podrás dar un volantazo. El presente ‘es’ y ‘no es’ en un santiamén.

Aún así lo único que importa es el presente, porque el resto no lo vives. Este instante en el que todos existimos, que desaparece a la velocidad con la que va cayendo la arena en un reloj inexorable, es tu vida. Cada uno de esos granos, cada milisegundo, es un momento irrepetible que las personas que vivimos dedicamos a una cosa o a otra: disfrutar de la felicidad  de estar aquí por casualidad, o salir a buscarla a pesar de tenerla al lado. La felicidad, en cambio, no se preocupa por nosotros. Está ahí mismo, deseando ser gozada, susurrándote al oído mientras tú le gritas para que venga de una vez.
Pero la felicidad nunca se fue, solo dejaste de verla.

Nos volvemos locos deseando lo que ‘no’ y despreciando lo que ‘sí’. No nos damos cuenta de que algunas cosas a veces son y a veces no, no todo pasa siempre a la vez, aunque haya momentos en los que da la impresión de que todo lo malo coincide. Nada es tan grave eternamente. Cuando lo es, lo es solo por un rato que se hace largo pero ya llegará el momento en el que dejará de serlo.

“Ojalá durara para siempre”. Pero para siempre es un coñazo. Para siempre es una cadena perpetua. Para siempre es un presente de por vida y un buen presente es aquel que se camufla de sorpresa y deja atrás a tu futuro.
El mejor presente es el que te hace descubrir que el tiempo es de mentira. El mejor presente es una cicatriz de caramelo. El recuerdo de una brecha dulce que vas a estar contigo para siempre. Una foto en la cartera. El mismo beso al despertar cada mañana. La misma canción en tu cabeza. Su cara contra la almohada.

Un tatuaje es un presente de por vida. Nos tatuamos pensando que nunca vamos a cambiar y la vida y las arrugas se convierten en sonrisas que se mofan de nosotros. Ellas también son el presente. El de los viejos. Los viejos han dejado de entender nuestra locura por llegar más rápido al futuro, como es lógico, y los sanos saben que el pasado está bien donde está. Los viejos saben que no hay mejor bendición que cumplir años porque conocen a muchos que dejaron de cumplirlos. Los viejos no entienden que les pongamos filtros a las fotos para envejecerlas porque saben que los achaques llegan solos. Muchas veces no valoramos el momento hasta que llegamos a viejos.
Nos pasa con el presente lo que nos pasa con las personas: nos damos cuenta de lo valioso que es cuando más cerca estamos de perderlo.

A mi el presente me gusta con los brazos abiertos y los ojos cerrados. Con la nariz en el viento, con los pies en la tierra, con los pulmones llenos y la boca estirada. Con el corazón en los dedos, con la mente abierta, con sus brazos en mi cintura y el pasado a mi espalda. Con el futuro más allá del horizonte, a la espalda del sol, donde sus rayos se cansan de iluminar el espacio y nadie sabe lo que hay ni merece la pena buscar.
Ya llegará el futuro, y cuando lo haga será presente.

Ahora, dejemos de llorar el verano. Bienvenido, otoño.

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